Armado de un crampón, dos piolets y un traje de neopreno de 7 milímetros de grosor, el clavadista colombiano Orlando Duque se aventuró por los fríos parajes de la Antártida, donde escaló un iceberg de 20 metros para hacer su sueño realidad.
Todo comenzó el 5 de enero del 2018, ese día Duque partió de su casa en Cali, Colombia, para emprender una de las aventuras más peligrosas y difíciles en sus más de 25 años de carrera deportiva: saltar desde un gigantesco témpano de hielo en la Antártida y mostrarle al mundo cómo los humanos exterminan este continente que es esencial para la conservación de la vida en la tierra.
Fueron más de 10 mil kilómetros de recorrido por aire, mar y tierra, partiendo en avión desde Colombia hasta Chile para luego abordar un buque en Punta Arenas, ciudad del país austral ubicada en el estrecho de Magallanes, que conecta los océanos Atlántico y Pacífico; desde ahí viajó durante cuatro días para llegar al lugar más misterioso y gélido del planeta. Toda esta ruta estuvo guiada por una expedición científica de la Armada Colombiana, entidad que avaló el viaje del clavadista.
El itinerario del deportista por las heladas aguas del Polo Sur duró 31 días. En ese tiempo, Orlando a bordo del buque, en el que viajaban más de 100 personas, en su mayoría científicos colombianos, alcanzó a llegar a la base operada por el programa Ártico de Estados Unidos, la cual está ubicada a 3500 kilómetros de Nueva Zelanda, el lugar más al sur donde lograron explorar.
“El paisaje era increíble. Majestuoso. En ese recorrido se veían montañas de hielo. Por ejemplo, lo que uno ve en las ciudades como un edificio, allá son bloques de hielo gigantescos”, destaca Orlando, quien atesora en su mente los momentos en los que veía nadar libremente a la ballenas jorobadas y los tiernos pasos en la nieve de los pingüinos.
Eran días largos, ya que en esta época el año la luz del sol alumbra como una bombilla durante 23 de las 24 horas del día. Todo este tiempo era aprovechado por el colombiano para indagar y buscar el lugar adecuado para saltar.
“Por momentos cuando estaba al interior del buque escuchaba crujir los glaciares mientras se desprendían grandes bloques de hielo o icebergs, similares a los que yo buscaba para saltar”.
Hasta que por fin a la distancia se logró divisar una gran masa de hielo flotante, la cual tenía las características adecuadas para que el 13 veces campeón mundial de clavados de gran altura, saltara hacia las heladas aguas de la Antártida.
Con equipo conformado por dos lanchas y más de 15 de personas, entre los que se encontraban buzos, médicos, enfermeros, camarógrafos, fotógrafos y su esposa Catalina, emprendieron la travesía hacia el gigantesco iceberg.
“Cuando logré escalarlo me tocó picar un poco de hielo en la punta desde donde iba a saltar para poder tener un espacio en el que tuviera estabilidad. Mi mayor miedo en ese momento era que se desprendiera un trozo de hielo y que mi sueño acabara ahí. Era muy peligroso”.
La visibilidad era muy poca, las condiciones eran bastante precarias pero por fin saltó y en esos dos segundos en el aire todo fue “felicidad”.
“Cuando caí a las heladas aguas, que estaban por debajo de1 grado centígrado, mi primera reacción fue mirar hacia atrás para ver que el hielo no se hubiera desprendido”.