Santo Domingo RD.- Murió la reina Isabel II y muchos se preguntan en relación a la cantidad de joyas y accesorios de lujo que pudiera tener la monarca, sin embargo, un sencillo reloj, un collar de perlas de dos o tres vueltas y unos pendientes también de perlas, sin excesivo protagonismo, fueron el complemento habitual en su actividad diaria.
Una circunstancia que, sin embargo, contrasta con la pompa y el boato que requieren las grandes ocasiones donde descubría los grandes tesoros que durante años la monarquía británica exhibe a los visitantes de la Torre de Londres, que ha ido reuniendo desde hace siglos y que utiliza en grandes ocasiones.
Una de las piezas destacadas es el Rubí Timur de 352.50 quilates, grabado con los nombres de varios de los emperadores de Mongolia quienes fueron sus anteriores propietarios.
Otra de las piezas, es el gran zafiro rectangular rodeado de doce diamantes, una joya que Isabel II heredó de su abuela en 1953 y hoy es el broche más cotizado del mundo, con un valor de 50 millones de libras.
La tiara Lover’s Knot que Kate Middelton ha lucido en alguna ocasión es una de las más conocidas y emblemáticas. Cuajada de diamantes y decorada con 39 perlas fue un regalo de bodas que recibió Diana de Gales por parte de la reina Isabel II en 1981, tuvo que devolverla al Palacio de Buckingham tras su separación de Carlos de Inglaterra. Pero su origen se remonta a 1913 cuando la reina Mary la encargó a la joyería británica Garrard.
Una de las piezas más impresionantes es la corona de San Eduardo, que se utiliza durante la ceremonia de coronación de los soberanos británicos desde 1661. Lo curioso es que solo la portan durante una media hora, teniendo en cuenta sus 2,23 kilos de peso, que suman oro macizo y piedras preciosas como zafiros, turmalinas y amatistas.
Junto a la valiosa corona, en esta ceremonia también se le otorga al monarca el cetro del Soberano, que contiene el diamante “más perfecto del planeta”, la Primera Estrella de África, de 530,2 quilates de valor, según los expertos.
Impresionante también es la tiara de zafiros y diamantes a juego con collar y pendientes que se remonta a la princesa Luisa María de Bélgica, que recibió una gargantilla que se convirtió en tiara y se vio obligada a vender las joyas que le quedaban de su madre al abandonar a su marido. La familia real británica compró la gargantilla de zafiros, que más tarde transformaría en una tiara.
Mucho más sencilla y acorde con el estilo de Kate Middelton es la conocida tiara como Halo de Cartier que eligió llevar el día de su boda con el príncipe Guillermo, un préstamo de Isabel II, que se compone de 739 diamantes de talla brillante y 149 diamantes baguette.
Pero esta no ha sido la única ocasión en que ha elegido joyas de la corona ya que, durante sus viajes oficiales es frecuente que otras piezas como los pendientes de esmeraldas y diamantes que utilizó en la cena de gala durante un viaje a Jamaica.
Una de las joyas menos conocidas fue la elegida por Meghan Markle para el día de su boda con el príncipe Harry, una tiara bandeau que perteneció a María de Teck, abuela de la reina Isabel y esposa del rey Jorge V de Gran Bretaña e Irlanda. Aunque fue confeccionada en 1932, la pieza central data de 1893, se trata de un broche desmontable de diamantes.
Una de las diademas más utilizadas por la reina ha sido la fabulosa tiara Vladimir que consta de quince círculos de los que cuelgan perlas, que en ocasiones se pueden intercambiar por esmeraldas. Un collar de esmeraldas y unos extraordinarios pendientes van a juego con ella. Piezas de museo, únicas que engrandecen una histórica monarquía.