El todopoderoso magnate se enfrenta a una avalancha de acusaciones
Un célebre empresario español, muy conocido por su distribuidora (dedicada principalmente al cine independiente) explicaba a un pequeño grupo de periodistas sus reuniones con Harvey Weinstein, capo de la Miramax, la mítica compañía que encumbró a Quentin Tarantino o Steven Soderbergh y que amasó docenas de Oscar con filmes como Shakespeare enamorado, El paciente inglés o Chicago. “Nos recibía vestido solo con un albornoz, en un hotel de Los Ángeles. Se sentaba en un sillón, sacaba un puro y ni siquiera nos dejaba sentarnos, era una un auténtico salvaje”, contaba el empresario, que reconocía que Weinstein se comportaba como un martillo pilón: “En los negocios, nunca he visto a nadie tan implacable”.
Ayer se supo que Weinstein no solo era una auténtica bestia en los negocios, sino que sus modales y esa actitud de perdonavidas sin respeto por sus semejantes, lleva acompañándole desde que entró en Hollywood. La historia, publicada por el New York Times y firmada por Jodi Kantor y Megan Twohey, luce un titular bastante clarificador: “Décadas de acusaciones por acoso sexual contra Harvey Weinstein”.
El artículo repasa hasta una docena de casos en los que el magnate ha sido acusado de acosar a actrices, subordinadas y colegas, encabezados por la actriz Ashley Judd, que verbaliza su disgusto con Weinstein: “Me llamó para reunirme con él. Lo primero que me sorprendió fue que tuviéramos que vernos en su suite pero fue peor cuando una vez allí me pidió que le diera un masaje. Cuando le dije que no me dijo que quería que le viera ducharse”, cuenta Judd, que huyó de allí (el hotel Peninsula de Los Ángeles, donde acostumbraba a hospedarse el ejecutivo) como alma que lleva el diablo.
Es de las pocas mujeres que ha podido alzar la voz contra el que es conocido en Hollywood como Harvey ‘Manostijeras’, por su afición a recortar las películas a su gusto. Las otras afectadas se han visto limitadas por los acuerdos a los que llegaron para guardar silencio, con indemnizaciones ciertamente ridículas para alguien como Weinstein, que iban de 80.000 a 150.000 euros.
El New York Times ha podido encontrar hasta ocho casos en los que distintas mujeres han retirado sus denuncias después de haber llegado a acuerdos extrajudiciales con el millonario y sigue cavando ante lo que se sospecha podría ser la punta del iceberg de un escándalo de dimensiones grotescas.
Curiosamente, cuando empezaron a correr los rumores de que el periódico de la ciudad de los rascacielos iba a publicar una historia sobre Weinstein, este apareció en escena para reírse del asunto: “Suena bien, creo que voy a comprar los derechos para hacer una película”. Ayer, uno de sus abogados anunciaba que el empresario podría iniciar un retiro para “reflexionar sobre todo lo sucedido” y el propio Weinstein emitía un extraño comunicado, que ha dejado pérplejo a más de uno: “Yo crecí en la época de los 60 y 70, cuando las reglas eran totalmente distintas, cuando el mundo era distinto”, decía. Después, reconocía que quizás su comportamiento con sus colegas no había sido la correcta y que trataría de mejorar “aunque me queda un largo camino por recorrer”. Finalmente, hoy se ha visto forzado a pedir perdón por sus actos y ha anunciado que se tomará un periodo sabático para reflexionar.
El más notorio de todos los grandes ejecutivos hollywoodienses, de 65 años de edad, teme ahora la llegada de una segunda oleada de acusaciones, esta vez a manos de la prestigiosa New Yorker, que está llevando a cabo su propia investigación. Algunos observadores consideran que Weinstein podría afrontar un tercer tsunami, en forma de acusación formal de la justicia estadounidense.

El hasta ahora intocable magnate, empezó su carrera en los 70, pero no fue en los 80 y junto a su hermano Bob, cuando logró convertir Miramax, una pequeña compañía dedicada a la promoción del cine independiente, en un descomunal coloso de los negocios. Sus agresivas campañas de marketing, su nulo apego a las normas (varios académicos le acusaron de pasarse de la raya en sus intentos de convencerles para que otorgaran el Oscar a alguna de sus películas) y su incontinencia verbal, pronto le granjearon una reputación digna de Tony Soprano. “Si quiero convencer a algo de alguien más vale que se convenza rápido: no me gusta perder el tiempo” decía en un encuentro con la prensa en Zurich, en 2012, entre risotadas.

Socarrón, rudo y amante de los placeres mundanos y las bromas pesadas, son famosos sus leoninos contratos con su personal (que incluían cláusulas como la prohibición de apagar el móvil) y aún más famosos sus amigos, que van del citado Tarantino a Mel Gibson, pasando por Matt Damon, Ben Affleck o Ang Lee. Pero Weinstein, temido y odiado a partes iguales, siempre había estado rodeado de rumores que afirmaban que amenazaba a sus empleados hasta el límite de la legalidad (y a veces más allá) y que timoneaba su empresa como una auténtica dictadura.
Sin embargo, ni el mismísimo Peter Biskind (el famoso autor de Moteros tranquilos, toros salvajes) pudo encontrar nada del otro mundo en su libro Sexo, mentiras y Hollywood, en el que analizaba la ascendencia de los hermanos Weinstein en el universo del cine independiente de los años 80 y su rol en el cambio de paradigma hollwoodiense. Ahora, con nombres, fechas y datos sobre la mesa, el rey parece tambalearse y no son pocos los analistas estadounidenses que consideran este episodio el final de una carrera llena de sombras. Un fundido a negro para el señor oscuro.
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